Aprovechamos la participación de Antonio Ariño en el XXXIII Seminario de Ética Económica y Empresarial de la Fundación Étnor para reflexionar sobre cómo el envejecimiento de la población va a afectar a nuestra sociedad, a la economía, a la salud, a las infraestructuras, al transporte público, a nuestras ciudades, al trabajo… En definitiva, a prácticamente todos los ámbitos de nuestra vida.
La primera especie longeva
– Uno de los grandes retos a los que va a tener que hacer frente nuestra sociedad es al envejecimiento de la población. Según datos del INE, en 2022 ya se contabilizaban 133 personas mayores de 64 años por cada 100 menores de 16. Mientras, la esperanza de vida se sitúa en los 83 años. ¿Cómo está afectando ya esta situación a nuestra economía? ¿Se ha cuantificado o hay alguna cifra que refleje el impacto del envejecimiento en nuestra economía en ámbitos como la salud o el empleo?
Desde la perspectiva sociológica, preferimos ver, en primer lugar, los rasgos característicos de un fenómeno revolucionario como es el cambio que se ha producido en la duración de la vida de los seres humanos. Seguramente siempre ha habido algún individuo longevo en la especie, pero la mayoría no llegaban a edades avanzadas.
Por primera vez en la historia, no solo de nuestra especie, sino de todos los organismos vivos, durante el siglo XX, la mejora de la calidad de la vida han permitido que la gran mayoría de las personas que nacen alcancen edades longevas. Se trata de un fenómeno positivo, pues con anterioridad la mortalidad infantil y la de las mujeres, en alguno de los múltiples partos, eran muy elevadas.
Cuando se habla de envejecimiento de la población se ignora que las sociedades no envejecen. Con expresiones como envejecimiento social se alude a que se producen cambios en la estructura demográfica. Es decir, en las relaciones entre las cohortes jóvenes y las mayores y todo ello de acuerdo con la actual organización de la trayectoria vital de las personas. Esta trayectoria sigue una secuencia lineal –socialización en la infancia y juventud/trabajo en edades adultas/ jubilación legal a partir de una determinada edad– que no tiene más de 150 años, está vinculada a la sociedad industrial y es crecientemente disfuncional. Debería ser modificada y permitir trayectorias más flexibles.
En tercer lugar, las personas de edad avanzada, cuando se jubilan formal y forzosamente, no por ello dejan de realizar una contribución socioeconómica neta a la sociedad; lo hacen en todos los sectores de la economía y muy especialmente constituyen la principal mano de obra de cuidado de personas dependientes, en un contexto en que el cuidado profesional pagado por el Estado o comprado en el mercado es minoritario. Lejos de ser una carga, son un beneficio. Pero la Contabilidad Nacional ignora todo lo que no es medido en términos monetarios en el mercado.
Los únicos estudios que están realizando una contabilidad real de gastos y contribuciones de las personas mayores son de Mª Ángeles Durán y están centrados en la economía de los cuidados. Debe avanzarse más en esta línea para lograr un conocimiento real de las contribuciones socioeconómicas, en vez de transmitir la imagen de que las personas mayores son una carga para el sistema.
Una contabilidad real
– Esta cuestión es transversal y afecta al empleo y por ende a la economía, a las empresas, al sistema sanitario, a la sociedad… ¿Qué medidas debería tomar el Gobierno para dar cobertura a esta situación? ¿Y la sociedad?
Efectivamente es un fenómeno transversal, pero impacta de manera diversa en los distintos subsistemas (laboral, sanitario, consumo, ocio, etc.) y esa diversidad importa y debe ser tenida en cuenta.
La primera medida tendría que consistir en aplicar una contabilidad real. En ella, se debería incluir el papel de las personas mayores como consumidoras, ahorradoras, inversoras, etc. El marketing orientado al consumo lleva casi 100 años pensando en un nicho que es la juventud, pero la capacidad de gasto y las necesidades de compra de las personas de edad avanzada son elevadas y dinamizan la economía y el empleo. Ahora comienzan a percatarse las empresas y quienes se dedican al marketing de que el consumo no puede segmentarse en meras categorías de edad o de generación.
El gobierno debe ocuparse de garantizar que las personas que han estado cotizando a la Seguridad Social, durante su vida laboral, tengan garantizado el poder adquisitivo de las pensiones y debe hacerlo explorando vías de fiscalidad que sean justas. La inmensa mayoría de las personas entrevistadas en las encuestas sobre valoración de la fiscalidad en España señalan que nuestra fiscalidad no es justa ni adecuada. Y están en lo cierto.
Las empresas siguen comportándose con una mentalidad gerontofóbica. Según Adecco, entre los responsables de recursos humanos de las empresas, cuando les llegan currículos de perfiles con 55 o más años, ya no los miran, directamente los tiran a la papelera. ¿Por qué? ¿Por qué los empleados de edad avanzada son más caros? ¿En qué sentido? ¿Son obsoletos en relación con las nuevas tecnologías? Hay empresas que crean equipos intergeneracionales y practican la mentoría inversa, consistente en que trabajadores jóvenes ayudan a socializarse en las competencias digitales a los mayores; pero, a su vez, estos últimos pueden socializar en competencias sociales y emocionales a las cohortes más jóvenes.
¿Acaso solo en la edad joven se es innovador? ¿solo existe un tipo de innovación? La investigación ha mostrado que, hay ciclos de innovación en la trayectoria laboral de las personas y que la innovación de trabajadores adultos puede ser muy necesaria.
Desajuste entre edad formal y real
– Otra cuestión que se plantea es el mantenimiento del sistema de las pensiones. La relación cotizante-pensionista de 2,2 está lejos de la tasa 2,6, necesaria para que desaparezca el actual déficit contributivo de la Seguridad Social. ¿Qué podemos hacer ante esta situación?
No soy experto en sistemas de pensiones. Pero señalaré un hecho que está sucediendo y que me parece relevante: Durante unas cuantas décadas hemos visto cómo el desajuste entre la edad formal y la real de jubilación siempre actuaba en la misma dirección: a la baja. En sectores como la banca, la telefonía y otros, se producían jubilaciones anticipadas a edades muy tempranas. Era una manera de decir que los trabajadores existentes eran obsoletos para los nuevos puestos de trabajo. La realidad es que no se había hecho el menor esfuerzo para acomodar edad, competencias, socialización y puestos de trabajo. Esto está cambiando rápidamente en sectores avanzados, donde las empresas introducen responsables de garantizar la diversidad generacional y puestos de trabajo “amigables”. El gran economista, Daron Acemoglu acaba de publicar un artículo mostrando como están funcionado estos cambios en EE.UU.
Además, en muchos países se ha producido ya el fenómeno de que para un porcentaje significativo de trabajadores la edad real de jubilación supera a la edad formal; y en España, ambas se han ajustado por primera vez en 2023. Dados los años de esperanza de vida con salud que muchas personas tienen a los 65 años, esta tendencia va a progresar.
De ello, no se infiere que la solución sea que todo el mundo tenga que alargar su vida laboral, porque eso va a depender de muchas otras variables y, en especial, de las condiciones de salud y de las características de los puestos de trabajo.
¿Una solución?
– Y los planes de pensiones para fomentar el ahorro de cara al futuro. ¿Lo ve una buena solución?
Sin duda, esta es una buenísima solución para los CEO que cobran salarios millonarios, porque pueden derivar grandes cantidades de dinero para su futuro, pero para la inmensa mayoría de los trabajadores esta solución no es viable. Desde luego, de ninguna manera, para los jóvenes que padecen trayectorias laborales inestables y con salarios precarios.
Los ajustes salariales a la baja, en un contexto de carestía creciente de la vida, de inflación y de carestía insoportable de la vivienda, no veo como podrán ahorrar lo suficiente para pagar un sistema de pensiones privado que a los 65 años les garantice una jubilación con suficiencia financiera para el resto de su vida.
– ¿Cómo están haciendo frente otros países de nuestro entorno al envejecimiento de la población?
Las situaciones de los países de nuestro entorno son muy dispares, por ejemplo, en la edad de jubilación, piénsese en Italia y Francia y aún así todos ellos están haciendo las cuentas para ver como podrán cuadrar los números. Por otra parte, en el reciente Eurobarómetro de abril, en todos los países existe un acuerdo de que la Unión Europea deberá ocuparse, igual que ha hecho con otros asuntos, como los salarios mínimos o la conciliación, de la garantía de los sistemas de pensiones.
Un problema bastante general es que no se suelen tener en cuenta dos factores: la edad cronológica y la biológica no son lo mismo y no coinciden; y la edad avanzada no es estática sino dinámica y maleable y las necesidades de las personas que se están jubilando en este momento no son las mismas que las de hace 15 años y las de quienes se jubilarán en los próximos diez o quince años tampoco lo son en relación con las personas jubiladas en la actualidad.
En los cálculos se deben introducir todas las variables en juego, entre las que no son de menor importancia el tamaño de las redes familiares y la evolución de la esperanza de vida con enfermedades gravemente invalidantes. Las necesidades no son fijas e inmutables y van a ser más elásticas y variables si cabe en los próximos años.
Una población envejecida
– Por otra parte, el que está notando más el envejecimiento de la población es el empleo. ¿Qué papel van a jugar los inmigrantes?
En el empleo juega ya un papel muy relevante la población inmigrante y deberá jugarlo en el futuro. Por ello, las políticas de integración de inmigrantes y neutralización de la xenofobia y la estigmatización deben ser promovidas y favorecidas por una sociedad que aprecia la diversidad y la contribución neta que realizan los inmigrantes al dinamismo económico.
Pero también juegan un papel relevante y han de seguir jugándolo las mujeres en edad laboral y que desean trabajar. Para ello, debe avanzarse en las políticas de “a igual trabajo igual salario” y en la mejora y equiparación de la conciliación entre hombres y mujeres.
Finalmente, se debe poner en valor la aportación de las personas mayores, lo que comienza a denominarse “talento senior”. Esta expresión no me satisface porque no deja de tener un tono elitista. De hecho, quienes hablan de ello están pensando en trabajadores de alta cualificación profesional. ¿Son los únicos que tienen talento? ¿Son los únicos que van a ser necesarios y útiles en el mercado de trabajo? Yo creo que no. Pero la idea subyacente en las propuestas de talento sénior son adecuadas y van en la buena dirección.
– ¿Las empresas deberían concienciarse de la importancia del empleo sénior?
Sí. Mi impresión es que en España comienza a arrancar este fenómeno, aunque con cierto retraso y con notorias reticencias. Esto es edadismo y gerontofobia y una visión de la estructura social rígida. Vivimos en una sociedad de edades, desde mediados del s. XIX (por supuesto, también en una sociedad de clases), que nos lleva a pensar que la forma de organizar actualmente la trayectoria vital de las personas –esa lógica secuencial de la que ya he hablado– es natural e inmutable. Pues no: es histórica y mudable.
La antropóloga Margaret Mead, ya vio en 1920, que la sociedad de edades no era «natural»: «es completamente falso y cruelmente arbitrario –afirmaba– concentrar todo el juego y el aprendizaje en la infancia, todo el trabajo en la mediana edad y todos los pesares en la vejez».
¿Un futuro optimista?
– Sobre la salud, ha expresado que esta no ha crecido a la misma velocidad que la esperanza de vida y la longevidad, “viviremos en situación de dependencia entre 5 y 7 años nuestra vida”. Significa que nuestra calidad de vida al final de la misma no será buena… ¿Nos ayudarán las tecnologías de la salud a un envejecimiento saludable?
Efectivamente, hay dos fenómenos distintos: primero, la democratización de la longevidad, puesto que la mayoría de las personas tienen vidas extensas, largas y longevas; segundo, la vitalidad o calidad de vida en salud, que no ha crecido al mismo ritmo que la esperanza de vida. Han cobrado relevancia nuevas enfermedades, que se convierten en crónicas y existe una alta probabilidad de vivir entre 5 y 7 años con dolencias gravemente invalidantes y con necesidades de cuidados de larga duración.
En la mejora de estas condiciones, trabajan numerosas instituciones y empresas para generar fármacos o intervenciones basadas en tecnologías biogenéticas que permitan vivir con salud los años de duración de la vida. En esta dirección, se están produciendo grandes avances y descubrimientos, pero la aplicación a seres humanos será progresiva y requerirá algún tiempo. El futuro me parece que hay que verlo con mayor optimismo que lo que permite la situación actual de la atención a la dependencia.
Una carta de derechos
– ¿El envejecimiento de la población provocará desplazamientos de la población de unas ciudades a otras?
En principio, en España las personas mayores prefieren vivir mientras pueden en su casa (autonomía residencial). Será necesario, eso sí, realizar reformas en esos hogares de acuerdo con criterios de accesibilidad integral.
Las residencias de personas mayores no solamente no estuvieron a la altura durante el periodo de confinamiento, sino que es dudoso que en su funcionamiento ordinario se atengan a criterios de dignidad, respeto y autonomía de las personas mayores. Se prometió, al concluir el confinamiento, que se presentaría un proyecto de reforma del modelo actual que no tiene nada de modélico. Pero, no sé por qué razón, no se ha dado a conocer ningún trabajo sobre ello y todo parece aparcado. Esto es muy lamentable, porque se están conculcando derechos humanos a la vista de todo el mundo y existe un gran sufrimiento y un pavoroso hastío vital por falta de cuidados adecuados.
Finalmente, aunque de vez en cuando aparecen noticias de proyectos de viviendas cooperativas para personas mayores (cohousing), creo que la respuesta a estos proyectos, si no cuentan con mejores políticas públicas, será minoritaria. No solamente es una cuestión de dinero, sino de organización de la convivencia.
– ¿Puede dar lugar a que las ciudades, las infraestructuras, el transporte público… sufran cambios para adaptarse a un mayor número de personas con movilidad reducida?
La transformación de las ciudades –incluidos los medios de transporte–, desde una perspectiva de accesibilidad global, es absolutamente necesaria. Y será un campo de enorme dinamización económica.
– Por último, pide el desarrollo de una ley global que reconozca una carta específica de derechos. ¿Qué debería recoger en su opinión?
En diciembre de 2006 se aprobó la Ley de la Promoción de la Autonomía Personal y de la Atención a las Personas en Situación de Dependencia. Una ley necesaria, que está avanzando lentamente y de forma muy dispar entre distintas comunidades autónomas, por insuficiencia en la financiación y por ausencia de desarrollo de “la promoción de la autonomía personal”. Este concepto de “autonomía personal” constituye una piedra angular para seguir profundizando y trabajando, desde luego, en políticas adecuadas. Pero, como muestra la publicación El derecho a los cuidados de las personas mayores, promovido por la fundación Help-Age España, hace falta avanzar más y más rápido.
El gobierno francés aprobó el pasado 8 de abril una ley para construir la sociedad del bien-vieillir et de l’autonomie. No es la panacea, ni siquiera responde a las expectativas que había puesto en ella la sociedad francesa, pero muestra el camino por donde hay que proseguir. La sociedad de la calidad de vida en la edad avanzada tiene muchas dimensiones que están interrelacionadas; por otra parte, las personas no somos compartimentos estancos, mientras que los servicios se regulan y ofrecen desde ministerios e instancias diferentes, tanto públicas como privadas.
Por ello, se necesita una ley integral y global que cree las condiciones para transitar, por lo menos, las dos próximas décadas de la sociedad española. Contra la incertidumbre que genera la toma de decisiones coyunturales o sometidas al tiempo corto de los periodos electorales, se necesita ofrecer seguridad para que las personas puedan organizar sus vidas y sentirse que sus necesidades se hallarán cubiertas con dignidad.