Empresa: es el momento de consolidar su función social
Sin dejar de centrar los esfuerzos en manejar la situación de emergencia sanitaria en la que estamos inmersos, tiempo es también de hacer reflexiones de lo que en el argot deportivo se ha venido llamando el día después.
Anticiparse a lo que vendrá es un ejercicio imprescindible. No podemos esperar a que esto escampe y luego, como casi siempre, empezar a pensar que hacer.
Aspectos como la implantación acelerada de nuevos hábitos de conducta social, de opciones diferentes de trabajo y educación, de hábitos distintos de consumo, de desplazamiento, etc., son facetas que acelerarán la transformación a nivel mundial y que afectará a los distintos sectores económicos.
Las compañías tienen que adaptar sus procesos a atender esa demanda de productos y servicios diferentes pero también seguir incidiendo de forma decidida en el papel social que cumplen.
Al margen de la tragedia sanitaria, el miedo a una recesión económica que conduzca a una masiva destrucción de empleo, centra la preocupación estos días. Y dentro de esa intranquilidad, es prácticamente unánime el consenso de las administraciones públicas, y de la sociedad en general, de que la clave para que el desempleo no se desborde reside en el sostenimiento de las empresas.
«La clave para que el desempleo no se desborde reside en el sostenimiento de las empresas»
Muchas han tenido que efectuar cierres y ajustes de plantilla, esperemos temporales, obligados por las circunstancias. Pues bien, a pesar de las dificultades, proliferan los empresarios que no han dudado en la realización de acciones solidarias que, salvo opiniones trasnochadas, son bien recibidas por la sociedad y refuerzan el papel que cumple la empresa en la sociedad moderna.
Ahora bien, ese sentimiento de la necesidad de la supervivencia de la empresa que preside los momentos de crack – nadie quiere perder su empleo -, languidece en las épocas de crecimiento económico donde se generaliza la percepción de que el empresario es el que obtiene un beneficio exponencial y el trabajador no deja de ser un mero instrumento para ello. Se obvia entonces que, en general, buena parte del beneficio de las compañías queda en las mismas para afrontar acciones de crecimiento de la propia mercantil, generadora usualmente de más puestos de trabajo, y para afrontar situaciones como la presente en la que las reservas y la capacidad de endeudamiento significan la supervivencia de la empresa y la subsistencia del empleo.
Merece pues la pena realizar un esfuerzo para, definitivamente, cambiar el concepto negativo que parte de la sociedad tiene hacia las empresas y el empresariado. Y esto, pasa en gran medida por el abandono definitivo de la demonización por parte de los poderes públicos hacia las empresas, incluso hacia las grandes compañías – no hay que olvidar que detrás de ellas están los ahorros de muchas familias – .
Aspectos como la introducción de una cultura de empresa en positivo en el temario educativo en todos los ciclos pueden ayudar mucho. La presencia de facetas productivas tratadas con cercanía en unos medios de comunicación exageradamente dirigidos a un entretenimiento superficial puede acompañar al proceso. La difusión entre los distintos colectivos de las ciudades del desconocido tejido empresarial del municipio y de sus zonas de desarrollo, son fundamentales para una valoración positiva.
Aspectos medioambientales, sociales, humanitarios y todos aquellos que se definen en los Objetivos de Desarrollo Sostenible son necesarios que vayan irradiando en nuestras firmas no dejando de lado, por supuesto, el necesario componente del beneficio, pues sin él lo demás es utopía.
Pero el papel fundamental para que esto cambie le corresponde a las propias empresas. Iniciativas de responsabilidad social que, en ocasiones, pudieron tener origen en criterios de imagen y marketing, han ido trasladando a muchos empresarios de la mera intención crematística a un sentimiento de satisfacción en la realización de acciones que trascienden de su cuenta de resultados.
Lejos deben quedar ya los argumentos tradicionales y únicos de que quien arriesga su patrimonio es el empresario y que, por tanto, toma las decisiones que cree oportunas. Con independencia de que es difícil encontrar un emprendedor que abdique a obtener una ganancia tras dedicar su tiempo y dinero, ésta no debe ser solo la propia.
Efectivamente, situaciones como la que nos hemos vistos inmersos y que sin exagerar, ponen en entredicho la humanidad, debe hacer reflexionar respecto a la necesidad de crear un colectivo armonizado en el que las empresas representan un papel fundamental. Aspectos medioambientales, sociales, humanitarios y todos aquellos que se definen en los Objetivos de Desarrollo Sostenible son necesarios que vayan irradiando en nuestras firmas no dejando de lado, por supuesto, el necesario componente del beneficio, pues sin él lo demás es utopía.
Valgan mis disculpas a aquellas empresas que están pasando por circunstancias críticas y cuya máxima ahora es conseguir su supervivencia. A bien seguro considerarán esta opinión extemporánea. Con la que me está cayendo dirán. Pero a poco que reconduzcan la situación, apoyarse en aspectos como los antedichos ayudarán a superar futuras adversidades de las que nunca estarán exentas. O no resultará más fácil exigir al trabajador que arrime el hombro si de forma previa se han adoptado en la empresa medidas de conciliación, de igualdad, de salud y bienestar y aquellas otras que les identifiquen con la organización. O no será menos contestado el apoyo a una empresa por parte de los poderes públicos si ésta ha realizado previamente acciones en beneficio de la colectividad.
En definitiva, saquemos un aspecto positivo a la gran adversidad que estamos sufriendo y aprovechemos este halo de condescendencia transitoria al empresariado para planificar proyectos desde la propia empresa, y también desde las organizaciones empresariales, que aquilaten en la sociedad la función social que cumple y debe cumplir el empresario. El buen empresario, claro.
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