El director artístico de Hangar Bicocca en Milán (Fundación Pirelli), asesor de Bombas Gens, de Inelcom Arte Contemporáneo y presidente de la comisión de artes plásticas de la Fundación Botín, habla con pasión sobre su huerto, íntimamente ligado a sus raíces familiares. El campo, las tierras de Palmera. De sus padres, de sus abuelos y tatarabuelos. Es un sueño que nada tiene que ver con el arte contemporáneo. Vicent Todolí ha creado una hermosa colección de cítricos que cada temporada muestra al público para que disfrute de su belleza, fragancia y sabor.
El espacio, único en el mundo, ha ido creciendo hasta las cinco hectáreas actuales y se encuentra en Palmera, en la comarca de La Safor, a 62 kilómetros de València. Se trata de la casa familiar del historiador, cuyos campos de tierra adyacentes iban a ser pasto de la construcción de adosados. En 2012 cuando dirigía el Museo de Arte Contemporáneo de Serralves, en Oporto, evitó el desastre y creó el huerto y la Fundació Todolí Citrus. Su amigo Ferrán Adrià, que colabora y participa en el proyecto, le animó tras descubrir en un viaje a Perpiñán una colección privada de cítricos en macetas. No lo dudó. Imitando a Cosme de Medici, se lanzó a la aventura.
Hoy conoce la historia y el nombre de cada una de las variedades de su intenso vergel, en el que los cítricos conviven con algunas granadas e higueras.
La investigación de los cítricos
Los proyectos que emprende Todolí tienen siempre como referente la defensa ambiental. En este caso, habló con el Ayuntamiento y la Generalitat para paralizar el plan urbanístico previsto a cambio de recuperar los terrenos agrícolas. Ya lo hizo en los 90 en la Vall de Gallinera, cuando restauró una finca quemada y abandonada. En la montaña alicantina, a 650 metros de altitud, produce el galardonado aceite Tot Olí, que comparte con amigos y visitantes, y cultiva almendros, cerezos. Además de palmeras. Tiene 17 variedades.
“Este es mi tercer proyecto, pero todos tienen que ver con la diversidad y defensa del paisaje”, explica a Economía 3. “El objetivo ahora es la investigación de los cítricos y su aplicación en múltiples disciplinas: gastronómica, botánica y etnológica. Y para ello colaboramos con otras instituciones, como la universidad de Farmacia para investigar las propiedades medicinales de los cítricos, que son muchas”, subraya.
Vicent Todolí: “Lo que diferencia esta colección y la hace única en el mundo es que los cítricos están en tierra y no en macetas. Es un espacio sensorial«
“Lo que diferencia está colección y la hace única en el mundo es que los cítricos están en tierra y no en macetas. Es un espacio sensorial. Aquí hay estanques, ahora verás los colom peter [raza de paloma típica de las alquerías valencianas] que hay detrás. Hay diversos mundos concentrados. Es un museo al aire libre donde puedes recorrer y conocer su historia y su cultura. También es una forma de arte”, cuenta el exdirector artístico del IVAM.
Una tradición familiar
“Todo esto ha formado parte de mi paisaje y de la cultura de mi familia desde siempre. Mi abuelo y mi padre eran especialistas en citricultura. Soy la quinta generación. Ellos controlaban todo el proceso. Plantaban semillas de naranjo amargo y cuando crecían injertaban o la vendían tal cual. El siguiente paso era podar. Cubrían todos los pasos”, agrega Todolí entusiasmado mientras recorremos el huerto que entre diciembre y enero dará los primeros frutos maduros.
Por esa razón, la mejor época para visitarlo empieza el 29 de octubre y acaba en abril, cuando termina la floración. Todos los viernes y sábados, el huerto de Bartolí recibe a grupos reducidos de 12 a 15 personas. La experiencia cuenta con el atractivo añadido de saborear e incluso adquirir mermeladas elaboradas con los frutos del jardín. La empresa valenciana Tarongina, con sede en Piles, se encarga de producir exquisitas compotas, libres de pesticidas y ceras, de limón imperial, Yuzu, shikwasa, de Chinttos, Pummelo, etc. Todolí también colabora gastronómicamente con el chef Manuel Alonso, de la playa de Daimús, y con los chocolateros de Russafa, Juana Rojas y Paco Llopis, que están al frente de la firma Utopick.
«Hay más interés fuera que dentro«
“Mira la diferencia que existe”, señala satisfecho, “entre tener árboles o tener pisos”. Todolí empezó a investigar cuando adquirió los terrenos. “Me empapé de todo porque no sabía nada. Y todavía estoy aprendiendo. Por eso tenemos un director técnico en la fundación, que es el que se encarga de coordinar los convenios con las instituciones de investigación. Con el Instituto Valenciano de Investigaciones Agrarias (IVIA) tenemos un proyecto en marcha para estudiar familiares de los cítricos como la severinia y el zapote. Más o menos tendremos una colección de 30 parientes”, avanza.
En la actualidad el proyecto depende financieramente de Todolí. Pero, como indica, para que sea sostenible en un futuro, necesitará de nuevas aportaciones o patrocinadores. Ahora se autofinancia con las visitas, las mermeladas y vendiendo los excedentes a algunos restaurantes. En navidades mandan cajas a los trabajadores de los arquitectos suizos que ampliaron la Tate, Herzog & de Meuron.
“A Venecia y Viena enviamos cada año un palé. En Londres, los organizadores de la feria de arte Frieze Art Fair y de la revista han montado un restaurante con tienda y quieren vender cítricos. La verdad es que hay más interés fuera, como siempre, que dentro”, destaca Todolí. “Cuando yo era estudiante en València no había zumo de naranja, algo increíble. Y ahora solo puedes comprar cítricos de supermercado, es decir, naranjas, limones y pomelos, nada más. Nadie ha mostrado interés, cuando aquí crecen de forma natural. El país que más cuida los cítricos es Japón y después Italia”, comenta.
«La tierra siempre te recompensa«
“Todo el mundo me dice que tendré que hacer un plan para que el proyecto sea sostenible en el tiempo. Pero, a mí los números me dan dolor de cabeza. Soy hombre de ideas y de cultura. Soy un pésimo mánager, incapaz de interpretar los números”, agrega Todolí, que tiene en marcha más de 20 proyectos de arte y que no para de viajar. Justo lo que más le molesta de su trabajo por el coste físico que le supone. Por eso, el museo de cítricos es su paraíso, donde ha permanecido durante el confinamiento. “La tierra siempre te recompensa. Si tú la quieres a ella, ella te quiere a ti”, declara satisfecho.
El espacio citrícola liderado por el Todolí cuenta con otro gran aliciente, el laboratorio de investigación gastronómica Bartolí Lab, diseñado por su amigo, el arquitecto Carlos Salazar. Premiado con el Golden Novum Design 2021. Una antigua casa de labranza que se ha convertido en un bello, ligero y flexible edificio adaptado al entorno. Cuenta con una espaciosa cocina que al mismo tiempo sirve de centro creativo. Ferrán Adrià y Salazar trabajaron juntos para desarrollar un proyecto “dinámico y transformable”.
El espacio cuenta con el laboratorio de investigación gastronómica Bartolí Lab diseñado por salazar
“Teníamos que pensar en las necesidades y la época en que más se iba a usar. Cada vez fuimos simplificando hacia un tipo de cocina con mesas con ruedas, convertibles para comer o trabajar”, apunta Salazar que también creó hace tres años varios espacios de la Ciudad Internacional de la Gastronomía de Lyon. “Soy un enamorado de la gastronomía, es nuestro paisaje. Tiene muchas implicaciones sociales y económicas, y trabajar con Adrià fue un aprendizaje. València debería recuperar el paisaje de la huerta con sus productos naturales, eso en Europa se paga muy caro, es decir, que incluso como explotación también podría servir”, resalta el autor de ‘Lo que oculta el arquitecto’.
Bartolí Lab, un laboratorio de cítricos
El laboratorio cuenta con unos grandes voladizos que suavizan el ambiente interior y crean un porche en un lateral, junto al huerto, donde se realizan comidas. “Es una arquitectura del siglo XXI que se integra perfectamente sin tener que recurrir a modelos trasnochados e imitadores de la tradición. Dialoga con el exterior. Su interior es una piel tecnológica. El inmueble, realizado en acero y madera sin tratar, es como un cítrico, tiene una corteza, la que ves. Después tiene un interior que tienes que descubrir”, señala Salazar.
“El edifico tiene conexiones con la biografía propia del lugar, y mentales, con otros sitios, con otros entornos, quizá. Es un proyecto que reúne conservación del paisaje, investigación, cultura, arte, engloba muchísimas cosas, para mí tiene un valor cultural enorme lo que se está haciendo”, concluye Salazar.
Les recomiendo la visita. La disfrutarán. Y las mermeladas están exquisitas.