Imaginemos que una empresa decide abrir una oficina en el centro de una ciudad. Para ello, necesita comprar mobiliario de oficina. Busca una empresa que vende ese tipo de productos, y decide adquirir cien mesas y cien sillas para su oficina, por valor de 10.100 euros. La empresa vendedora emite una factura por esa cantidad. Lo normal es que quien ha comprado las sillas y mesas de oficina las pague al recibir la factura (como hacemos todo hijo de vecino), pero se puede dar el caso de que no sea así (bienvenido al mundo empresarial). Las empresas españolas tardan en pagar, de media, más de 80 días.
¿Ahora qué? El vendedor de muebles de oficina, ¿tiene que esperar 80 días a cobrar su legítimo dinero (o incluso más tiempo)? Aquí llega nuestro querido amigo factoring. Querido, especialmente, por la empresa que va a tener que esperar hasta que su cliente decida pagarle. El factoring será, de hecho, como una especie de superhéroe capaz de salvar al proveedor y conseguir que cobre en tiempo y forma, gracias a la participación de un tercer actor: la entidad financiera.
El proceso de factoring para dummies
“Pues nada… que este tío no me paga…”. Frase típica tras comprobar la cuenta de la empresa y corroborar que la flamante organización que nos hizo un pedido de 10.100 euros todavía no ha soltado ni un céntimo. ¿Solución? Ceder la factura emitida por ese valor a una entidad financiera. ¿Qué gano con esta cesión? La entidad financiera me adelanta los 10.100 euros, menos una comisión por adelantarme el dinero.
¿Me estás diciendo que con el factoring no voy a tener que esperar a que los clientes me paguen? Exactamente. A partir de ese momento, el legítimo dueño de los derechos de cobro es la entidad financiera, y será ella quien tenga que apañárselas con la empresa morosa. Pero la empresa vendedora ya ha cobrado. No habrá más quebraderos de cabeza para ella.
Eliminará además la desagradable tarea de perseguir al moroso de turno, y evitará pérdidas de tiempo y productividad de los recursos que hubieras tenido que destinar para intentar cobrar esa factura en el menor tiempo posible.
Ganadores y… ganadores del factoring
Cuando una organización tiene cierto tamaño, no puede permitirse el lujo de esperar meses y meses a cobrar sus facturas. Se encontrará en un entorno muy competitivo, en donde hacer inversiones, pagar recursos humanos y materiales, etc. Si no tiene dinero para hacerlo tendrá que pedir un crédito. Algo absurdo y desagradable si tenemos en cuenta que la empresa tiene trabajos por cobrar. Dicho de otro modo, es solvente.
“Encima que realizo mis trabajos a tiempo, ejecuto las tareas con claridad y calidad y soy completamente rentable, tengo que andar pidiendo créditos a un banco, por culpa de terceros”. Esta puede ser una frase típica de una corporación como la descrita anteriormente. Y, en realidad, es una situación bastante injusta que, si se da de forma constante y permanente, puede provocar incluso la desaparición de una empresa que es rentable y que funciona.
Por tanto, a través del factoring se hace justicia con la empresa que está haciendo bien las cosas. El pagador no se ve afectado ni positiva ni negativamente. En todo caso, sale ganando, puesto que consigue retrasar los pagos sin coste alguno para él. La entidad financiera, por su parte, ayuda a gestionar los cobros de facturas, recibiendo un dinero por ello. También ganan.
Además, existen ciertos beneficios fiscales y de otro tipo. No vamos a profundizar en temas excesivamente técnicos o legales, que estamos en un artículo sobre factoring para dummies. Como dice la canción, “esto es solo una aproximación…”. Sencilla, pero fácil de entender. Práctica y concreta. Lo dicho: factoring para dummies.