La gripe estadística
Cuando me enteré de que estaba pasando algo raro en una población china llamada Wuhan, dije una chorrada, como siempre: “¿Una ciudad china de sólo 8 millones de habitantes? Eso es la China vaciada”.
Después dijeron que era una especie de gripe con una tasa de muerte muy pequeña, ni un 3% de los casos, pero como la población china es mucha, morían muchos. Todo normal, cosas que pasan.
Después esa cosa invisible se fue acercando y sólo era una gripe nueva, pero un poco más contagiosa de lo normal. A mí eso tampoco me decía nada nuevo, yo seguía a mis cosas. Como todos los días, por distintos motivos, me acordé de mi madre, pero esta vez me volvió nítidamente a la cabeza la impresión que me causó que tras haber pasado muchos años con una terrible enfermedad – puede que no fueran muchos, pero sí muy largos- en su parte de defunción figurase como causa de muerte la gripe. Una gripe, así, como si tres días antes de morir hubiera estado por ahí tan fresca y un mal estornudo de alguien se la hubiera llevado de repente.
Mark Twain dijo: “Existen tres clases de mentiras: las mentiras, las putas mentiras y las estadísticas”. Para mí, es el aforismo que pone en duda todo, el atajo del bienestar al terror, interesado o no, un tránsito que parece extremo, pero que en realidad sólo necesita de cifras, letras y solemnidad institucional, un cóctel diabólico.
¿Por qué ayer estaba relativamente preocupado, pero tranquilo? ¿Por qué el legítimo presidente del Gobierno apareció con ánimo de tranquilizar y me jodió la tarde y la noche con sus palabras? ¿Cómo es posible que Angela Merkel diga que al menos el 60 o el 70% de los alemanes tienen que estar preparados para pasar el coronavirus, cuando allí casi ni ha llegado?
¿Por qué ayer estaba relativamente preocupado, pero tranquilo? ¿Por qué el legítimo presidente del Gobierno apareció con ánimo de tranquilizar y me jodió la tarde y la noche con sus palabras?
Evidentemente, quienes decretan el estado de alarma son mucho más inteligentes que tú y que yo, mucho mejor intencionados, hacen lo que creen que tienen que hacer. No quisiera estar en su piel por nada del mundo. Pero todos los líderes nos dicen que nos aislemos, que mantengamos “distancia social”. Que nos lavemos las manos incluso aunque no podamos salir de casa. “Será muy duro y difícil”, pero si se alarga la situación, tendrás parte de culpa.
Si la tasa de mortalidad del Covid-19 es tan baja, ¿por qué tenemos tanto miedo? ¿Por qué si lo cogemos es culpa nuestra por no estar 15 días en casa? No discuto la enorme responsabilidad de nuestros dirigentes. No hablo mal de los políticos así como así, ni mucho menos en este caso. En general, nos creemos que son idiotas, y que cualquiera lo haría mejor, ¿verdad?
Mi pareja es celadora. Esta tarde le toca vigilancia en la UCI de uno de los hospitales más grandes de la Comunitat, pero el reglamento indica que ni los celadores ni el personal de limpieza hospitalaria son considerados profesionales sanitarios. No tienen derecho a la máxima protección. Ella y yo nos hemos besado al vernos y al despedirnos y hemos estado un rato al sol. No hemos dormido bien esta noche, puede que tampoco la próxima.
Aunque seamos personas alegres, mediterráneas, impulsivas, asumimos la suspensión del deporte, de las fiestas populares y del acceso a la cultura. Pero cuidado con el miedo; 15 días con miedo son muchos. Y si ponen 15 más, demasiados. La justificación tiene que ser más intensa. Una enorme razón, más allá de una simple estadística. Como el día en que nos preguntan sobre nuestro nivel de satisfacción en la vida, mentimos, como en una entrevista de trabajo cualquiera, mentimos, como cuando nos preguntan por las notas de nuestros hijos o de los países que hemos visitado. Mentimos.
La mayoría de personas mueren de gripe. Este año y el próximo. Y eso, que se han muerto por una simple gripe, no lo dice casi nadie casi nunca.
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