Sobrellevar el día después: Soluciones y reflexiones de Inma Martínez
Cuando se producen desastres como la reciente DANA en Valencia, de la que el pasado viernes se cumplió un mes, sus repercusiones van más allá de los daños materiales y las víctimas directas. Estas tragedias impactan profundamente la estabilidad emocional tanto de los afectados como de la sociedad en general, alterando la rutina diaria y generando una sensación de incertidumbre colectiva. La ruptura abrupta de la normalidad puede provocar secuelas psicológicas, como el trauma o el estrés colectivo, que afectan el bienestar emocional y social de las comunidades.
El trauma puede definirse como una reacción emocional intensa ante situaciones que superan la capacidad de una persona para afrontarlas. Eventos como las inundaciones causadas por la DANA exponen a las personas a experiencias de peligro, pérdida y angustia, que pueden dejar marcas psicológicas duraderas. Las amenazas a la vida y la pérdida de bienes esenciales se convierten en detonantes que transforman radicalmente la percepción de seguridad y estabilidad de quienes viven estas catástrofes.
Las pérdidas humanas son uno de los aspectos más devastadores de este tipo de tragedias. La muerte de seres queridos genera un dolor profundo que, si no se procesa adecuadamente, puede evolucionar hacia trastornos psicológicos como el Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT). Entre los síntomas más frecuentes están los recuerdos intrusivos, los flashbacks y un estado de alerta constante que dificulta la recuperación emocional.
En muchos casos, los sobrevivientes enfrentan lo que se conoce como trauma acumulativo, donde experiencias previas de adversidad, como problemas económicos o personales, intensifican el impacto de la catástrofe. Este fenómeno puede aumentar la vulnerabilidad ante problemas como la ansiedad, la depresión o un sentimiento persistente de desesperanza.
La victimización y su impacto
En situaciones de emergencia, es común que las personas experimenten sentimientos de victimización. La pérdida de control sobre la vida cotidiana, la dependencia de ayudas externas y la incertidumbre sobre el futuro contribuyen a generar una narrativa de vulnerabilidad. Esta percepción puede influir tanto a nivel individual como comunitario, dificultando la recuperación.
Entre las manifestaciones más frecuentes de victimización están:
- Sensación de desamparo: una percepción de incapacidad para recuperar el control.
- Dependencia prolongada: la necesidad constante de apoyo externo puede afectar la autoestima y la autonomía personal.
- Conflictos comunitarios: la competencia por recursos y la percepción de injusticias pueden fragmentar el tejido social.
Estas respuestas emocionales y sociales ralentizan el proceso de recuperación y afectan la capacidad de las comunidades para superar colectivamente el trauma.
Consecuencias emocionales para observadores y rescatistas
El impacto de un desastre como la DANA no se limita a quienes lo vivieron directamente. Familiares, amigos, testigos y profesionales involucrados en labores de rescate también enfrentan lo que se conoce como trauma vicario. Este fenómeno ocurre cuando, al estar expuestos al sufrimiento de los demás, las personas comienzan a experimentar consecuencias emocionales similares. Nos encontraríamos con los siguientes perfiles:
- Testigos del desastre: quienes presencian la devastación en sus comunidades suelen desarrollar emociones como la culpa del sobreviviente, hipervigilancia o recuerdos intrusivos.
- Familiares y amigos: estas personas deben equilibrar el apoyo emocional a las víctimas con su propio proceso de afrontamiento, lo que puede generar agotamiento emocional y sentimientos de impotencia.
- Profesionales de ayuda: los rescatistas, psicólogos y voluntarios suelen experimentar fatiga por compasión o una percepción más pesimista del mundo, además de recurrir al aislamiento emocional como mecanismo de defensa.
Estrategias para la recuperación
Superar las consecuencias psicológicas de eventos como la DANA requiere un enfoque integral. Existen terapias psicológicas específicas para el trauma y la victimización sufrida.
Técnicas como el EMDR (Desensibilización y Reprocesamiento por Movimientos Oculares) han demostrado ser efectivas, especialmente cuando se aplican después del evento traumático. Protocolos grupales también pueden facilitar el procesamiento emocional y promover la resiliencia comunitaria.
Dentro de las estrategias individuales que se implantan en un entorno terapéutico deben de incluirse técnicas de regulación emocional, estrategias que fomenten la resiliencia, así como medidas de autocuidado físico.
También hay que contemplar el cuidado de profesionales y voluntarios y para ello es necesario la supervisión psicológica regular para prevenir el síndrome de fatiga por compasión, y establecer límites claros entre trabajo y vida personal. Es importante plantear técnicas de autocuidado y acceso a apoyo emocional profesional.
La DANA no solo dejó pérdidas materiales y humanas, sino también un impacto psicológico en la comunidad. Comprender cómo el trauma y la victimización afectan a todos los involucrados, desde las víctimas directas hasta los profesionales que las asisten y a los testigos y observadores, es esencial para diseñar estrategias de recuperación efectivas. A través de ayuda psicológica y un compromiso sostenido con la resiliencia comunitaria, es posible sanar las heridas invisibles y restaurar tanto el bienestar individual como la cohesión social.
Sobre la autora
Inmaculada Martínez Sanchis es psicóloga especializada en desarrollo personal y transformación interior.
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