La catástrofe ha zarandeado nuestras vidas y es normal que estemos sintiendo un carrusel de emociones de distinta intensidad. Estamos ante un doble desafío, las propias emociones y las de los demás. Os invito a que dirijamos la mirada al reconocimiento de nuestro propio universo emocional y a la comprensión respetuosa de las reacciones y vivencias emocionales de las personas con las que nos relacionamos.
Reconocer las emociones, darles espacio y no reprimirlas, es el primer paso para transitar este camino. Después no hay que dejar que tomen el mando.
Emociones a flor de piel: aceptación y validación
Es frecuente que, tras una catástrofe, las emociones surjan con fuerza, muchas veces de forma inesperada. Sentimos vacío, tristeza, ira, ansiedad o incluso culpa. Nos invade el deseo de hacer algo, de apoyar, de acompañar y de ser útiles…
Recordemos que no todas las emociones son visibles y que algunas podemos negarlas o reprimirlas para seguir adelante. Lo primero es escucharnos. Sintonizar, localizar y nombrar, aceptar y validar cada emoción, sin juzgarnos, nos permite liberar la presión interna y evitar el desgaste.
La clave aquí es aceptar que, cualquier reacción, bien expresada y sin dañar, es legítima: es válido llorar, enfadarse, tener miedo y, también, bromear o intentar «hacerse el fuerte».
Cada una de estas expresiones es una respuesta humana al dolor, y darnos permiso para sentirlas, sin juicio, es esencial para una recuperación emocional saludable.
La importancia de la escucha y la compañía
En estos momentos, más que buscar respuestas o soluciones, necesitamos compañía y escucha sincera. Decir: «estoy aquí contigo». Estar presente, mostrar interés genuino y sostener lo que el otro está sintiendo. Mirar a la otra persona a los ojos, asegurarnos que siente que le estamos prestando atención y que nos importa de verdad.
Ojo que, al acompañar, también hemos cuidar nuestros propios límites. La empatía, es una herramienta poderosa y un acto de generosidad, pero debe hacerse desde un lugar de fortaleza emocional.
Cuidarnos para cuidar a los demás
Dormir bien, mantener una rutina saludable y moderar el consumo de información son maneras efectivas de proteger nuestro equilibrio.
El descanso físico y mental es esencial en este proceso: si estamos agotados, nos costará más lidiar con nuestras emociones y apoyar a los demás. Además, reconocer que nuestra capacidad de atención puede verse afectada, admitir sin juicio que podemos estar más dispersos o menos enfocados, es una forma de ser amables con nosotros mismos para darnos permiso de ir a nuestro propio ritmo.
Aunque las emociones en estos momentos pueden ser intensas y desgastantes, es importante recordar que, son temporales. Las emociones, por potentes que sean, tienen un ciclo, y tarde o temprano se irán diluyendo. Hay dejarlas ir después de cumplir su función. Si permitimos que se prolonguen en el tiempo sin ninguna utilidad, pueden dañar nuestra salud mental.
Crear espacios para conectar con los demás y con nosotros mismos
Para transitar el dolor, necesitamos rodearnos de personas que nos hagan sentir bien, de actividades que nos reconforten y de momentos de silencio que nos permitan procesar lo vivido.
Estar en compañía nos ayuda a regular nuestras emociones, a salir del aislamiento y a recuperar el sentido de comunidad.
Del mismo modo, dedicar tiempo a la introspección, a escribir lo que sentimos, a reconocer nuestras fortalezas y a recordar cómo hemos superado momentos difíciles en el pasado, nos ayuda a conectar con nuestros recursos internos.
Reconstruir desde el bienestar
Este proceso también es una oportunidad para repensarnos como individuos y como sociedad. Hoy vemos cómo pequeños gestos de cuidado, la escucha genuina y la disposición de ayuda están marcando la diferencia.
Anclarnos en pensamientos positivos y agradecimientos diarios puede ayudarnos a iniciar cada día con una energía renovada y a enfrentar los retos desde un lugar de esperanza y fortaleza. Recordemos que la mejor medicina emocional es llenarnos de pensamientos que nos den paz.
Hoy, más que nunca, necesitamos darnos permiso para sentir, para hablar, para descansar y para cuidarnos unos a otros. Al final, salir adelante juntos, con paciencia y solidaridad, es lo que nos permitirá superar esta catástrofe y reconstruirnos, no solo como individuos, sino como una comunidad más humana y más unida.