Esta semana leía la noticia de que Zamora Company fichaba a un CEO ajeno a la propiedad para impulsar el crecimiento de su compañía, uniéndose así a la estrategia de muchas empresas familiares que han apostado por esta opción, como hicieran en su día Delaviuda o García Carrión.
Para un empresario, la empresa es lo primero y no duda ni un solo momento en tomar decisiones empresariales por encima de las personales. Es decir, no pone de director a un familiar que no dé la talla, ni a un amigo que no sirva para el puesto. Los empresarios eligen a profesionales que hacen crecer las ventas de las compañías cada año, que generan beneficios, que investigan, que incorporan nuevos productos y servicios al mercado y que fomentan el talento dentro de la organización. Y, todo ello, aderezado de una visión de liderazgo que además contribuya a que la imagen de la marca sea impoluta.
Y teniendo en cuenta estas decisiones se ven los resultados: compañías que crecen, que ganan dinero y que generan empleo.
Si este mismo ejemplo se aplicara en el ámbito político y el líder de turno pensara en el resultado de su gestión para la ciudadanía (excluyendo honrosas excepciones):
- No tendríamos años de elecciones innecesarias con licitaciones sin convocar y con la consiguiente paralización de la actividad económica.
- Dispondríamos en España de zonas rurales mejor comunicadas y con una actividad económica que evitara el despoblamiento rural.
- Eliminaríamos el “tú más” y la confrontación infantil que solamente quita horas de tiempo para pensar en cómo generar valor.
- Y utilizaríamos a los medios de comunicación para que informen sobre la capacidad de negocio y la generación de empleo que puede ofrecer un político con su gestión, en lugar de copar la información con ‘dimes y diretes’.
En definitiva, es necesario profesionalizar la gestión en todos los ámbitos, el sector privado lo tiene claro, ¿y el ámbito político?, juzgue el lector.