Lejos de que las tensiones en la frontera que separa Ucrania y Rusia amainen, el temor a que el conflicto adquiera tintes bélicos es cada vez más inminente. Hace dos días, el Kremlin recibía de Washington – y, por consiguiente, de la OTAN- la negación a todas y cada una de sus peticiones exigidas. Esta serie de solicitudes exigidas por Moscú delimitaban los condicionantes que tenían que producirse para que el fin de las –crecientes- hostilidades fuera factible.
Entre las demandas rusas destacaban especialmente dos. Por un lado, la garantía de que la OTAN renunciara a cualquier tipo de expansión en el este de Europa. La segunda, la interrupción de inmediato –por parte de Estados Unidos y sus aliados de la Organización del Tratado Atlántico Norte- de la progresiva localización de armamento que se está produciendo en las fronteras rusas.
Si bien es cierto que ambos bandos insisten en agotar la vía diplomática para encontrar una solución a través del dialogo, no resulta menos cierto que las dos partes se preparan, también, para lo peor. Como prueba irrefutable, la embajada de Estados Unidos en Kiev ha incitado a todos los norteamericanos residentes en Ucrania a abandonar el país.
En definitiva, el temor a una acción militar rusa que derive en la invasión de Ucrania se intensifica a cada segundo que pasa.
En este contexto -en el que la disputa militar parece, por momentos, un desenlace más que probable-, me vienen a la cabeza las reflexiones sobre la guerra del estrega militar Carl von Clausewitz. Este historiador, teórico y militar prusiano – ilustrísimo representante de la Academia Militar Prusiana, una de las más prestigiosas y reconocidas de la toda la historia militar- escribió un célebre ensayo moral –De la guerra– en el que abordó la razón de ser y el devenir de los conflictos armados.
El pensamiento más ilustre de su obra lo recoge la siguiente frase: “La guerra no es simplemente un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuación de las relaciones políticas, una gestión de las mismas por otros medios”.
No obstante, el propio Clausewitz hacía especial hincapié en que los factores y las consecuencias de los conflictos armados son extremadamente complejos e impredecibles.
Esta inherente incertidumbre vinculada a las guerras y sus nefastas consecuencias –ocasionando la ruina más absoluta a todos sus contendientes en no pocas ocasiones– deberían ser lo suficientemente disuasorias cómo para que los bloques que forman parte de este conflicto siguieran insistiendo en la vía diplomática para buscar una solución.
Las guerras han sido a lo largo de la historia un medio recurrente para satisfacer los intereses geopolíticos –económicos incluidos, por supuesto- . Sin embargo, no menos recurrente han sido los errores de cálculo previos a la hora de animarse a enfrentarlas.
A todos se nos vienen a la cabeza los desastres de Vietnam, Afganistán, Iraq y una innumerable cifra de ejemplos. ¿Les merece la pena a los Putin, Biden y cia de turno correr el riesgo? Sinceramente creo que no. No obstante, la capacidad del ser humano para repetir errores es realmente asombrosa…