Ramón Palomar coge al lector «por las solapas» con su novela «La gallera»
La portada de La gallera (Grijalbo, 2019) no engaña: puede hacer daño a la vista. Las primeras páginas de la segunda novela del popular locutor, columnista y escritor Ramón Palomar (Nancy, Francia, 1966), tampoco. Todo es feo, agresivo, lumpen, con un estilo narrativo forjado como una faca recién fundida que avisa al lector -por si no lo sospecha- que va a exponerse a los olorosos fluidos de la marginalidad extrema durante casi 500 páginas. Todos los personajes son peores. Para vivir lo mejor posible se dedican a hacer cosas fatales, sangrientas, inhumanas, y lo hacen muy bien. Si se tiene estómago para digerir las salvajadas que suceden en los episodios iniciales, los lectores ya no tendrán escapatoria: disminuirán sus horas de sueño para averiguar de qué manera saltará todo por los aires. Esos gallos de pelea musculados y armados con cuchillas en sus garras lo van a dejar todo perdido de sangre y vísceras.
Dicho esto, hasta me sabe un poco mal afirmar que Ramón Palomar no es un misógino ni tampoco un misántropo. Siento decepcionar a algunos. Enganchado en mitad de la novela, y con la incógnita de si sus personajes tendrán posibilidad de redención, me paso por su casa a charlar. La gallera ha agotado su primera edición en quince días y las imprentas preparan calentita la segunda.
-Debutaste como novelista con Sesenta kilos, en 2013. Fue un éxito pero no tenía las dimensiones, de todo tipo, de La gallera. Recuerdo cuando decías que escribir una columna de opinión diaria era como ser un sprinter, y escribir novelas era cosa de corredores de fondo. No te veías con esas características. ¿Qué te animó a dar ese salto?
-En el caso de Sesenta kilos, me animó tener tiempo libre un verano en que había roto con mi novia de entonces. El verano se me hacía largo y aburrido, y muchos amigos, tú entre ellos, me habíais repetido muchas veces que escribiera una novela. Me dije “bueno, voy a intentarlo”. Por eso salió Sesenta kilos. Hicimos 13 ediciones, se publicó en Francia, y eso me animó a hacer otra, más que nada por no ser escritor de una sola novela. No quería caer en el error de que fuera más ambiciosa, pero me salió mucho más completa, redonda, extensa, coral y más de todo, con naturalidad, de forma muy normal.
-¿Sí? Pues no lo diría. De entrada, el estilo da la impresión de estar muy trabajado, las palabras muy pensadas, como la construcción de las frases. Me cuesta imaginar que haya salido así como así, tonteando…
-No, no fue tonteando, pero tampoco fue especialmente doloroso. Y además, también la escribí en vacaciones. Lo que pasa es que tenía la historia bastante clara, de principio a fin, y las subtramas se iban añadiendo. Quería que girase todo en torno a varios delincuentes, quería añadir el componente de los narcobeatos colombianos, añadir un poquito del morbo de las peleas de gallos y la ciencia gallística, y el estilo me salía muy fluido. Ya tengo una edad, llevo 30 años escribiendo un articulito todos los días, he acumulado muchas horas de vuelo y eso es entrenamiento. Siempre se ha dicho que la mayoría de los grandes escritores escriben lo mejor a partir de los 40 años. No me estoy comparando con ellos, ni muchísimo menos, pero sí que es verdad que llega un momento en la vida en que atesoras muchísimas lecturas acumuladas, muchísimas páginas escritas, y ya vas directamente al grano. Mejor dicho, sabes adónde vas, qué palabras usar, cómo construir la frase, el párrafo, el capítulo…No tienes las dudas que se pueden tener a los 25, 30, 35 años.
Cuando me siento a escribir, ya sé lo que quiero escribir. No me quedo pensando ante el teclado. He corregido muy poco. No me lo planteo en plan “voy a ver qué sale”, “a ver si relleno dos folios”. Antes, ha habido una reflexión previa, y tengo mi escaleta, digamos.
-Me ha molado eso de ciencia gallística. Creo que con la novela has sacado a la luz algo que está muy oculto, al menos en el llamado “imaginario popular”…
-Pues eso está pasando aquí, a nuestro lado, ¿eh?
-Pues yo lo relacionaba con Canarias, por ejemplo, o como algo muy extinguido, pero ¿sigue ocurriendo? ¿Cómo te has metido en ese mundo?
-En Canarias es legal. Me metí en ese mundo porque un conocido me dijo «¿quieres ver un sitio muy gracioso?» Y me llevó a un lugar al que llamo Centro de Alto Rendimiento Gallero, que está muy cerca de València, un edificio de ladrillos sin lucir (ríe), lleno de gallos de pelea, y donde había varios tíos, digamos, quinquis, que controlaban una barbaridad. Vigilan los linajes, los encastes, el gallo que es valiente, el que cobardea, y tienen toda una serie de dispositivos para fortalecer a los gallos, como por ejemplo una cinta como la de los gimnasios, en pequeñito, donde los colocan para que musculen las patas. Y luego, por supuesto, les meten todo tipo de anabolizantes y productos con los que experimentan. Me pareció un sitio muy curioso. Me contaron cómo funciona el sistema: hay partidas en las que se apuestan un millón de euros.
-¡Qué dices!
-Un millón de euros. Hace poco, la Guardia Civil levantó en Murcia un tinglado de peleas ilegales de gallos en la que, precisamente, la última partida era de un millón de euros. Un buen gallo de pelea está cotizadísimo. Entonces, vi que había un submundo muy interesante, y a mí lo que me interesa siempre son los submundos.
-Un submundo que me imagino muy cerrado…
-No tanto. En la prensa valenciana salió que en un polígono industrial de Alzira había una gallera espectacular en una nave. Todos los sábados celebraban peleas. La Guarcia Civil detectó que había muchos coches alrededor de una nave los sábados por la noche. Algo pasaba. Y efectivamente, descubrieron una gallera enorme, que es tal cual la describo en la novela.
Cuando he estado en alguna, me parece alucinante porque está lleno de gente muy variopinta. No es un sitio sórdido, pequeño, con gente llena de cicatrices en la cara…Hay más gente aficionada de la que creemos. De hecho, hay barrios marítimos de València donde se celebran peleas. Y también criadores de gallos que no los usan para pelear, sino por afición, tipo colombicultura. Hay varias razas autóctonas que he puesto en la novela. O sea, es un mundo más grande de lo que parece. Todo esto me servía muy bien como metáfora porque en el lumpen todos están obligados a ser el gallo del corral. Era el símbolo perfecto de la historia.
-Santiago Posteguillo, y un sector de la crítica, te han puesto el traje del James Ellroy español. ¿Cómo llevas eso?
-A ver, yo creo que James Ellroy es uno de los más grandes. Lo llevo con mucha humildad. Creo que es un acto de generosidad por parte de Posteguillo, pero ya me gustaría a mí ser James Ellroy, por cantidad y por calidad. Lo agradezco, pero esto no dejan de ser estrategias de marketing de las editoriales.
-Además, la obra de Ellroy vive en el Los Ángeles de los 40 y la tuya es aquí y ahora…
-Creo que forma parte del marketing, pero si me comparan con Ellroy, yo encantado, claro. Pero por mi parte, máximo respeto a él, a Don Winslow y a todos los que sí que son realmente grandes.
-Puede haber similitudes, como que tu estilo es muy sensorial…
-Me alegro. Que lo diga yo está mal, pero si lo dices tú, me alegro.
-Muy sensorial llevado al sentido escatológico, en ese aspecto sí es muy Ellroy… A muchos lectores les costará olvidar determinado descubrimiento que se realiza en el interior de un hombre ahorcado.
-Esa es una anécdota real. Me la contó un poli, el mismo que me llevó a la Academia de Policías de Ávila. Tengo muy buena memoria, todo ese tipo de anécdotas que me han ido contando, tanto policías como delincuentes, las he ido almacenando, porque sabía que luego sólo tenía que componer el puzzle y acertar con las piezas. Pero más que “ellroyano”, creo que hay que ser muy políticamente incorrecto e incluso cafre, porque la literatura en general en este país ha ido derivando hacia el folletín, hacia las sagas, y hacia la blandenguería. Creo que es más interesante jugar contra corriente. Vivimos unos tiempos tan mustios y tan fofos que a lo mejor hay que coger al lector por las solapas y darle un meneo, decirle “esto es cruda realidad, todo esto existe, porque yo lo he visto y por eso lo puedo contar como lo cuento”.
-Ir a contracorriente es lo que siempre te ha definido, como columnista y ahora como novelista. Veo que aprovechas el traje de creador que otorga la novela para ir a tope.
-Sí, sí. Quería demostrar que se pueden leer otras cosas. No sé muy bien cómo la acogerá el público, porque a mí me gustaría ser un best seller, vender 5 millones de ejemplares en todo el mundo (ríe), o 10, o 15…o 100.000. No es una novela para todos los públicos, por desgracia, pero es lo que me apetecía escribir.
-Al hilo de eso, me parece interesante saber cómo un producto tan corrosivo ha sido publicado por Penguin Random House a través de Grijalbo. ¿Cómo conseguiste que una “major” apostara por un texto de estas características?
-Viene por Sesenta kilos, que les había encantado, por el punto original que tenía al no salir en ella ni un solo policía. Y también porque Grijalbo, a los que siempre les estaré agradecido, es gente muy leída, y a la que le gusta arriesgar de vez en cuando. Valoran la calidad literaria. Es un sello de mucho prestigio. Recuerdo cuando hablé con mi editora y le pregunté, “¿cómo lo ves?” Ella me contestó, suavemente: “Arriesgado”. Les agradezco que hayan apostado por un producto que no se puede recomendar a todo el mundo. Y esta apuesta por parte de una gran editorial también indica que hay cierta esperanza, es muy de agradecer, caray.
-Más cosas. “Ellroyismos” aparte, homenajeas a la Generación del 98, especialmente en los nombres de los personajes.
-Sí señor. Eres el primero que se da cuenta.
-¿Sí? Pues me parece bastante obvio. El Max Estrella de Valle-Inclán, el Fulgencio Entrambosmares de Unamuno, y tantos otros…
-Hay mucho de Baroja en La gallera, en las descripciones. El 98 forma parte de nuestro bagaje cultural. Es decir, ¿qué armas tenemos? ¿Acaso un mangui de Massanassa es más tonto que uno de Alabama? En absoluto. ¿Acaso Faulkner es mejor que Baroja? Para mí, no. Prefiero mil veces a Valle-Inclán, a Azorín. Siempre he pensado que se puede hacer una novela de «estilo americano» pero con toda nuestra materia prima. Es decir, con toda la carga cultural que arrastramos, más toda la carga de delincuencia que tenemos aquí. No olvidemos que hay mucha delincuencia, y España es un país con tanta costa que entra droga por todas partes.
-Pero poner nombres a los personajes como Sacramento Arrogante, Generoso Coraje, Santiago Esquemas…¿Cómo se decide? Es una descripción ya del carácter, de su papel.
-Los iba juntando. Conocí a una chica que se llamaba Sacramento; me hacía falta un apellido, para el perfil del personaje. Y descubrí un apellido que existe, Arrogante. Generoso es un nombre como muy de antaño y Coraje porque pertenece al clan de los Coraje. Santiago Esquemas, por ser un poli muy cuadriculado, muy violento, muy corrupto y muy malvado pero, en su manera de funcionar, tiene su esquema muy trazado.
-Esa forma de nombrar a los personajes en el 98 era muy vanguardista. No sé si ahora lo será también por haber caído en desuso.
-Se trata de sorprender al lector. Desde la descripción física, los lugares, los diálogos, y el nombre del propio personaje. Como creo que hemos ido cada vez más hacia la infantilización de la sociedad, y hacia una banalización muy boba, hoy a todo lo llamamos entretenimiento. Pero el entretenimiento no tiene por qué ser de baja calidad. Se está confundiendo el entretenimiento con ínfima calidad. John Ford, Billy Wilder, son entretenimiento pero máxima calidad. Con el tiempo ha ido degenerando, y cuando decimos entretenimiento se supone que hablamos de un producto muy masticable, muy digerible, muy chicle. Y hay que intentar pelear contra eso.
-En La gallera no sé si tienes más simpatía por unos personajes que por otros.
-De una manera consciente, no. Por eso una de las frases que encabezan la novela es la de George Simenon: “Comprender y no juzgar”. Lo que pasa es que es inevitable que haya quien te caiga mejor o peor.
-Un tema que me preocupa. El feminismo atraviesa un momento crítico, y en la parte que llevo leída parece que te la estés jugando: las mujeres tienen un rol muy secundario, que puede ser tomado por ofensivo.
-Luego van tomando mayor protagonismo.
-Vale, pero sabes que mucha gente puede abandonar en la página 50 y quedarse sólo con lo que ha salido hasta ahí.
-A ver, es que yo no voy a mentir. Cuento lo que he visto. Y estos ambientes de delincuencia siguen siendo muy masculinos. Cuidado: los protagonistas están completamente enamorados de sus novias, con una fidelidad perruna. Eso también lo he visto. Y en momentos clave son ellas las que tiran del carro. No estoy con personajes que traten mal a las mujeres, ni como un objeto; lo que pasa es que se mueven en un universo de hombres, porque el tráfico de drogas, salvo excepciones, es de hombres. De hecho, cuando aparece una mujer narco, sale en toda la prensa mundial porque llama mucho la atención. El 90-95% de la gente que se dedica a la delincuencia suelen ser hombres. En La gallera, ellas no son comparsas, son las compañeras perfectas. Además, tienen mucho carácter y mucha personalidad.
Los personajes masculinos en la novela son fieles, algo muy difícil de encontrar no sólo en el ambiente de la delincuencia, sino en cualquier otro ambiente. La gente, en general, es infiel. Pero ellos sienten veneración por sus mujeres, no porque sean un jarrón, sino porque saben que son muy inteligentes y que asumen el riesgo que entraña ser la compañera de alguien que se dedica a actividades ilegales.
-¿Piensas seguir como novelista?
-Tengo que encontrar una historia. Y tampoco lo voy a forzar. Si tiene que aparecer, ya aparecerá, supongo que sí que lo hará. Pero tengo que encontrar una buena historia y los elementos para ordenarla y generar el gancho. Ya veremos.
-¿No piensas explorar más allá del negro negrísimo?
-De momento no. ¡Es lo que me gusta! (ríe). Cambiar ahora de registro o de género…Una, que no sé si volveré a escribir otra novela, como ya estoy mayor, cada vez estoy más vago y más perro. Ya pienso en la edad de jubilación (ríe). Pese a todo, no es que me haya salido fácil, hay muchas horas y mucho curro, acabas muy agotado. Y dices, “yo qué sé”, tal y cómo está el mercado hoy en día, sé que a lo mejor no va a ninguna parte. Escribir otra novela puede ser una pérdida de tiempo.
Artículos relacionados
‘Som Coop’, de À Punt explora la esencia democrática en cooperativas valencianas
Tecnología e inteligencia artificial al servicio de la sociedad en Up! STEAM