“Las actividades culturales y creativas impactan en el PIB por encima de la media”
Pau Rausell (Gandia, 1966) es economista y profesor titular del Departamento de Economía Aplicada de la UV. Hace 20 años fundó Econcult, un área de aproximación al hecho cultural con “las gafas de la economía, que a veces son limitantes, pero instrumentalmente aportan mucho más de lo que restringen”. Algunas afirmaciones que siguen pueden parecer revolucionarias. Pero la frialdad de la economía suele ser análoga a la del puro sentido común.
– Econcult nació hace 20 años. ¿A qué necesidad respondió?
– Como muchas otras cosas, surgió por casualidad. Estaba en la Universidad de Zúrich y me dedicaba a cosas sin relación con la cultura. En el 93 encontré un curso sobre economía de los museos y en mis estudios nunca vi nada que relacionara economía y cultura. En el curso hice un artículo sobre el modelo de éxito de gestión del IVAM. El mismo día que lo presenté, nombraron ministra de Cultura a Camen Alborch. Pensé, “¡vaya! Eso es un indicador de buena gestión”. Fue un golpe de suerte. Vi que la cultura era un campo por explorar. Después, busqué qué economistas en España estaban especializados y solo había en la Universidad de Barcelona una unidad que investigara sobre economía y cultura. Estuve seis meses con ellos y cuando volví a València, Pilar Pedraza era consellera de Cultura.
Pedraza sabía que no tenía un campo de estudio sobre la relación entre la economía y la cultura y que no se estaba haciendo bien la política cultural al no tener la suficiente información. Querían un estudio sobre la situación de los sectores culturales y creativos de la Comunitat y me contrataron. Este primer estudio estratégico se hizo en el 94. En el 95 ganó las elecciones el PP y aquello se quedó en un cajón, pero me sirvió para mi tesis doctoral. Un par de años más tarde se creó Econcult. Pasamos una travesía del desierto, por esta perspectiva de los economistas “serios” que nos decían, “ah sí, vosotros sois los de las fiestas y tal”. Pero por insistencia, desde hace un tiempo estamos un poco de moda y economistas de otras áreas muestran interés.
– ¿Qué servicios ofrece Econcult?
– Investigamos todos los ámbitos de la relación entre el individuo y la cultura. Hacemos planes estratégicos de equipamientos, por ejemplo, del Museo San Pío V; también, planes directores de grandes estructuras culturales, como ahora mismo del Distrito de las Artes de Santa Cruz de Tenerife; estudios de impacto económico, como el del Museo de la Cerámica de Valencia. Y más en general, planificación de políticas culturales y análisis de audiencias de eventos culturales. Ahora estamos desarrollando una plataforma financiada por la Agencia Valenciana de la Innovación (AVI) que trata de evaluar los impactos en términos cognitivos y emocionales de los participantes en eventos culturales. Esperamos tener en abril el primer prototipo.
A través de distintas técnicas (preguntarle al individuo sobre el impacto cognitivo, estético, social…) y otras técnicas de valoración contingente, tratamos que los individuos hagan un esfuerzo por traducir esos impactos en valores monetarios. A quien sale de un teatro le preguntamos, “independientemente del precio que ha pagado por la entrada, ¿hasta cuánto hubiera estado dispuesto a pagar?”. La plataforma se presentará en un proyecto europeo.
Más cultura, mayor productividad
– Economía y cultura suenan como agua y aceite. ¿Por qué cuesta entender que la cultura es una actividad económica?
– Una parte muy importante de nuestra vida tiene que ver con nuestra relación con lo simbólico o lo expresivo. Esto se puede analizar desde perspectivas distintas y una de ellas es el análisis económico, que tiene sus ventajas y sus inconvenientes. La ventaja, que es una ciencia que simplifica mucho y como probablemente las decisiones en el ámbito de lo simbólico son de lo más complejo en la realidad humana, diría que la economía no sirve para explicar el comportamiento de los individuos en el ámbito cultural, pero sí que sirve para transformar la realidad, porque somos capaces de encontrar relaciones causales. No sirve para entender la cultura, pero sí para intervenir en la relación entre el individuo y la cultura.
– Extendiendo la pregunta anterior, ¿la cultura es una actividad económica que atrae a pocos inversores?
-No. Las actividades económicas relacionadas con el intercambio de bienes y servicios culturales en el mercado, que no es la totalidad del hecho cultural pero tampoco una parte despreciable, representa el 3-4 % del PIB, dependiendo de países o regiones, más que el mercado de la energía, que ronda el 1,2 %. Y de muchos otros.
– Eso suena bastante revolucionario, ¿está demostrado y cuantificado?
– La productividad, por ejemplo, del sector museos en España es de 35.000 euros por trabajador. La del sector turísitico, 21.000. La del diseño fue de 84.000 el último año; 35.000 en el audiovisual. Estoy nombrando las que están por encima de la media, hay otras, como la de las artes escénicas, que es de 18.000, pero solo a 3.000 del turismo. Simplemente con que hubiera una traslación laboral del sector turístico al cultural, ya supondría un incremento en la productividad de la economía.
Pero hay otros muchos argumentos. Hay evidencias de que los trabajadores culturales y creativos son más propensos al consumo de innovación. Si son muchos, es una demanda solvente.
Otros tienen que ver con el modelo de sociedad. Tener muchas actividades culturales es generar muchos espacios donde se producen las denominadas “conexiones improbables”, es decir: son espacios amables de relación entre agentes que no coincidirían en otros espacios. En una inauguración del IVAM hay sindicalistas, empresarios, estudiantes, políticos… En esos entornos se generan contactos y relaciones que a su vez generan proyectos sociales, políticos y económicos, en el espacio no conflictual de la cultura. Nuestros estudios también demuestran que la dimensión de los actos culturales y creativos, en Europa y en estos momentos, es la variable más importante para explicar la productividad de la economía general de una región.
Un modelo-ficción viable
– Si nos lee un inversor, ¿qué le dirías para que se animase a invertir en cultura?
– Le diría que busque actividades, que hay muchas, desde las relacionadas con la creatividad más funcional -diseño, arquitectura, software de temática cultural, videojuegos, algunas actividades audiovisuales- que tienen altas tasas de rentabilidad. También en algunos museos, en el ámbito del patrimonio, incluso en la propia creación artística. Toda producción artística o creativa tiene una tendencia natural al monopolio, por eso tenemos pirámides donde hay muy poca gente arriba, pero con tasas de rentabilidad disparatadas: Picasso, actores, cantantes… Después, muy poco en medio y una gran base donde se mezcla lo amateur y lo profesional. Si se sabe buscar, hay muchas oportunidades.
– Pero vivimos en el mundo del crowdfunding, de los grupos que actúan por un par de cervezas… Hay personas muy talentosas que no se ganan la vida con ello, ni se lo plantean.
-Eso rompe cualquier mercado.
-¿Y no tiene solución?
-Una sería establecer una renta garantizada por ser artista, unos 800-900 euros. Es viable. Hemos hecho algunos trabajos sobre eso y no habría que gastarse más de lo que gastamos en un aporte cultural convencional. Es un modelo-ficción, pero desde la perspectiva de la viabilidad económica del Estado del bienestar, no sería totalmente imposible. Esa renta tendría efectos positivos para todos.
Hay estudios que confirman que todos los consumos culturales, menos el de poesía, tienen efectos sobre el aumento la esperanza de vida. Si uno escucha música, ve películas, vive mejor, tiene una percepción de su bienestar más alta que las personas sin intereses culturales.
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