La escasez de programadores
Socio Director de S2 Grupo
Debo confesar que cuando me planteé escribir este artículo tenía muchas más dudas que certezas sobre el tema. A pesar de ello, comparto aquí mis opiniones, por si a alguien le son de utilidad o, simplemente, quiere contrastarlas con las suyas.
Voy a hablar del mercado laboral de los programadores. Mucho de lo que aquí diga será aplicable a los ingenieros informáticos en general, aunque no se puede hacer una correspondencia directa entre ambas profesiones, ya que, ni todos los ingenieros informáticos son programadores, ni todos los programadores son ingenieros informáticos.
Como fuentes de información dispongo de mi experiencia en las varias empresas en las que he trabajado, incluyendo la mía propia; de las conversaciones con otros empresarios y profesionales del sector; de los artículos – más o menos serios– que se publican sobre el tema en los medios de comunicación; de los estudios realizados, principalmente en EE. UU. y, por supuesto, de los rumores y cotilleos que se pueden leer
en internet.
Carencia de profesionales
Empezaré diciendo que, según los mencionados estudios americanos, existe una importante carencia de profesionales programadores en EE. UU..
Como referencia, se habla de una necesidad de unos 95.000 programadores al año, frente a un total de unos 25.000 titulados en “Computer Science” que salen anualmente de sus universidades.
Para complicar un poco el asunto, se estima que, por ejemplo, Microsoft solo contrata al 2% de los programadores que entrevista. Esto es común entre los líderes del mercado, que solo están dispuestos a contratar a los mejores profesionales.
Poniendo un poco de orden, se puede establecer un modelo con tres diferentes niveles de empleadores: por una parte están las ‘start up’ tecnológicas y las empresas líder de desarrollo de software; por otra, las empresas de fabricación de alta tecnología, consultoras y proveedoras de
servicios; por último, el resto de empresas industriales y de servicios no especializadas en tecnologías de información.
Augusta Ada Byron, condesa de Lovelace, considerada como la primera persona programadora de la historia
El grueso de los empleos se encuentra en el segundo grupo, mientras que el primero solo está interesado en los profesionales de más talento y el último no suele aportar puestos de mucho interés para los técnicos.
Simplificando mucho y yendo a los grandes números, el problema consistiría en un desajuste entre la demanda de este segundo grupo y la oferta que las universidades pueden generar.
Sin embargo, incluso sobre esto hay opiniones: hay quien piensa que, más que una carencia, hay una discrepancia entre las capacidades de los profesionales disponibles y el tipo de puestos de trabajo que se demandan o, al menos, los que las empresas están dispuestos a contratar.
Como nota al margen, y con el solo ánimo de poner los dientes largos, es interesante saber que un programador con experiencia puede ganar en EE. UU. entre 120.000 y 150.000 dólares anuales y que, incluso un programador sin experiencia, puede aspirar a un salario de unos 50.000 a 70.000 dólares al año. Hablamos en ambos casos de titulados universitarios pero, como podrá dar fe cualquier profesional español, son cifras que están lejos de lo que es habitual en estos lares.
El caso español
Aún así, salvando todas las distancias, hay un cierto número de aspectos del problema que creo que sí se pueden trasladar al caso español. Aquí se puede afirmar que, entre los programadores, la tasa de desempleo es bastante baja: un 7% según una noticia de “El País” de hace algo más de un año.
Algunos dicen que esto es a costa de mantener unos salarios bajos y unas largas jornadas de trabajo. Hablan de ‘mileuristas’ y de jornadas de 10 a 12 horas. Aunque discrepo bastante de este punto de vista, especialmente en lo que se refiere a los salarios (no pongo en duda que se den casos), si comparamos con el deprimente mercado laboral español en general, creo que nadie puede poner en duda que los programadores están en una buena situación.
Pero aún más interesante resulta analizar las soluciones que se le está intentando dar al problema en EE. UU. Por una parte, hay un importante movimiento para promover la enseñanza de técnicas de programación en todos los niveles educativos y profesionales de muchos sectores bastante alejados de la ingeniería informática.
Tanto las universidades como los centros de enseñanza privados generan una amplia oferta de cursos, talleres y campamentos para aprender a programar. Las escuelas primarias y secundarias amplían su currículo con cursos de introducción a la programación para niños y jóvenes.
Esto tiene varias lecturas. Por un lado, que se considera imprescindible para la empleabilidad de cualquier profesional una cierta capacidad para desarrollar programas simples; por otro, que casi todos vamos a necesitar esa habilidad en nuestro desempeño personal y profesional (cosa con la que no puedo estar más de acuerdo); por último, y esto es una opinión más personal, que probablemente, en bastantes casos, se está contratando a un programador profesional para tareas que podría desarrollar mejor una persona con otra formación y con una cierta habilidad para programar.
Falta de vocaciones
En cuanto a la falta de vocaciones, los americanos, con su espíritu práctico, se centran en dos aspectos del problema: ¿por qué el estereotipo del programador es el de un hombre poco atractivo, más interesado en las máquinas que en las personas, con pocas habilidades para las relaciones personales? En segundo lugar, ¿por qué son pocas las mujeres que optan por una profesión que perciben como claramente misógina? Ambos aspectos contribuyen a que se reduzca el número de estudiantes interesados en la programación.
En mi opinión, en España, al estereotipo ‘friki’ que tiene el programador en EE. UU., habría que añadirle una componente nada despreciable de ‘pringao’. ¿Cuántos chistes circulan por la red haciendo referencia al informático que no sabe cómo sacarse de encima a los amigos que abusan de él pidiéndole que resuelva sus problemas con la tecnología?
Sea como sea, más vale que seamos capaces de atraer más estudiantes hacia esta profesión, porque nos va a hacer falta; porque es una industria con futuro, que no requiere de infraestructuras industriales de las que muchas veces carecemos, y porque constituye, en resumen, una buena oportunidad para nuestra economía.