Es difícil encontrar una frase más magnánima que esta, que es la que pronunció Jesús refiriéndose a los soldados que le crucificaron y se repartieron su ropa.
Vivimos una actualidad de crispación innecesaria y aunque sea solamente por unos días deberíamos pararnos a reflexionar sobre la siguiente idea: ¿qué estoy haciendo realmente por los demás?
Y que mejor momento para hacerlo que en este Sábado Santo, donde es justo dar relevancia a los valores que transmite la verdadera esencia de lo que en estos días celebramos, que es la Semana Santa, con la pasión, muerte y resurrección de Jesús.
Y si hay una enseñanza que recoja importantes valores, es precisamente este acto del perdón, que en sí mismo refleja tres valores que sin duda sería deseable que todas las personas aplicáramos en nuestro día a día, tanto personal como profesionalmente.
El primero de ellos es la Generosidad, Jesús pensó antes en el prójimo que en sí mismo. Y cuando me refiero a generosidad no es precisamente económica, sino desde el punto de vista de dar sin esperar nada a cambio. Todos podemos aplicar la generosidad en nuestro día a día, también en el ámbito empresarial, con algo muy sencillo como es ser amable con los demás, escuchar y no cerrar puertas, esto es algo que no cuesta dinero y es un acto de generosidad. ¿Cuántos comerciales llaman a empresas en las que no son escuchados?
El segundo de ellos es la Grandeza, esta refleja la compasión, la bondad y el amor. La grandeza que Jesús tuvo al sentarse a la mesa con Judas y compartir con él la cena sabiendo que le iba a traicionar, es un acto que solamente las grandes personas son capaces de hacer, y seguro que todos tenemos en nuestras vidas un referente que representa esta grandeza. Es cuestión de aprender de esa persona y desterrar la envidia que conduce a la mediocridad. En el ámbito empresarial hay que fijarse y admirar al que lo hace bien ya que esto consigue que la creatividad fluya y que se generen nuevos negocios.
Y el tercero de ellos es la Humildad con la que Jesús vivió su calvario. Por muy alta que sea la posición de una persona nunca ha de perder la humildad, no somos ‘cargos’ somos personas, y en esencia nadie es más que nadie.
Así pues, si en tu quehacer diario al finalizar el día y ante la pregunta: ¿qué estoy haciendo por los demás? somos capaces de detectar por nuestra parte alguna acción que haya conllevado algo de generosidad, grandeza o humildad, habrá valido la pena el día. Si por otro lado, te has enfrentado a personas en las que no has visto ni una pizca de estos valores, el aliento que te hará continuar sin desfallecer es pensar «perdónalos porque no saben lo que hacen».