Juan Pedro Font de Mora, el «pequeño (gran) salvaje» de la fotografía

Juan Pedro Font de Mora, el «pequeño (gran) salvaje» de la fotografía

Ninguna mente inquieta que se precie de serlo ignorará en València (y más allá) quién es Juan Pedro Font de Mora. Se explica rápido: Juan Pedro es Railowsky, el nombre de la librería que abrió hace casi 35 años y convirtió en «el referente dominante» de la fotografía en la ciudad.

A continuación, ofrecemos un pequeño adelanto de la entrevista que Economía 3 le ha realizado para la edición de octubre de la revista, en la que hablamos de la mítica librería ubicada en la calle Grabador Esteve, de la fundación homónima que preside y del Centre La Llotgeta que puso en funcionamiento el pasado mes de abril en colaboración con Fundación Caja Mediterráneo, con la aspiración de convertirse en el gran espacio de la Comunitat dedicado a la fotografía. Esta misma semana se ha inaugurado su segunda exposición, Solovki, un trabajo conjunto del Premio Nacional de Fotografía Juan Manuel Castro Prieto y Rafael Trapiello.

-En la presentación de La Llotgeta subrayaste que mucha gente no sabe “leer” fotografía, y que la propia Llotgeta debe tener un carácter educativo.

-Sí, dije que la mayoría somos analfabetos visuales.

-¿Qué es un analfabeto visual y cómo se aprende a leer una fotografía?

-Es complicado. En mi caso, ha sido todo fruto de la experiencia. Llevo más de 30 años viendo libros de fotografía, montando exposiciones, compartiendo imágenes con fotógrafos…Y eso te educa la mirada. También es cierto que parto de una educación universitaria relacionada con la Historia del Arte. Realmente, leer una fotografía es como leer un cuadro. Debe de tener una simetría, un juego de verticales y horizontales, una composición, todo esto desde el punto de vista técnico.

Pero para mí lo más importante es la lectura crítica de la imagen. Ahí juegan muchos factores: culturales, literarios, cualquier cosa que te pueda alimentar la mente y componer tu propio universo crítico. El gran peligro que existe en la actualidad en el mundo de la imagen, en el que Facebook o Instagram y similares se convierten en soportes de una cámara fotográfica, y que en una milésima de segundo llegan a un montón de gente, es la banalidad con la que se utiliza la imagen, y el esfuerzo que hacemos la mayoría por intentar aparentar a través de esa utilización de la imagen. Muchas veces mediante un artificio de engaño, porque realmente no nos estamos mostrando a nosotros mismos. Ese es el punto que a mí me preocupa, donde está la necesidad de educar a la población en una mirada crítica. Lo importante es que aprendan a no ser engañados.

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| Foto: Vicente A. Jiménez

-Ver fotos vulgares y corrientes en las redes, ¿no puede a la larga ayudar a distinguir mejor la calidad? A fin de cuentas, la mayoría de películas, libros, discos, que salen al mercado son malos. ¿No ayuda todo eso a que lo bueno resalte?

-Me dan más miedo los grandes grupos de poder; por qué nos bombardean con determinado tipo de imágenes a través de los medios de comunicación y de las redes, y cómo nos están maleducando en el postureo y en lo que Lipovetsky llamaba la era del vacío. Es decir, venden humo porque les interesa que seamos superficiales. Aprender a discernir por qué nos meten esta imagen y no esta otra, saber distanciarse de ese tipo de manipulación, es educar ciudadanos. Uno de los objetivos de la Fundación Railowsky será generar concursos, charlas, etc. que vayan en esta línea: educación de la ciudadanía en una mirada crítica de la imagen.

-¿Cuáles son tus criterios? Cuando te visita gente con sus portfolios, ¿cómo descubres que tienes a un buen fotógrafo delante?

-En mi caso, hay un elemento de experiencia y bastante de intuición. Reconozco que no tengo escuela y, de hecho, no soy fotógrafo. En muchos casos, afortunadamente coincido con otros críticos y otros fotógrafos que valoran determinadas fotografías y otras no. Pero la fórmula o el secreto no existen. Mucha gente académica me puede criticar, pero tengo “mirada impresionista”, es decir, una foto me gusta porque me da la impresión de que es buena; que hay una historia en esa foto que la hace buena. Algunas veces he dicho que soy el “pequeño salvaje” de la fotografía (ríe), porque apenas he leído libros de fotografía y toda mi experiencia está basada en la naturaleza, en el contacto directo con los fotógrafos.

Hoy en día hay una corriente en las escuelas, que está muy bien, en la que los jóvenes salen mejor preparados, tienen un gran bagaje conceptual y teórico, aparte del técnico, y se han puesto de moda los proyectos y los fotolibros. En esa corriente, cuanto más difícil sea explicar las fotografías, mejor, más triunfas. Y en muchos casos, la historia que están contando es interesante pero las fotografías no son buenas.

-Un exceso de academicismo, quizá…

-De mirada excesivamente intelectual.

-Qué daño se hace a la cultura cuando se cree, como oí decir una vez, que sólo se puede explicar utilizando palabras esdrújulas…

-Sí. Por ejemplo, el gran maestro para nosotros, que es Henri Cartier-Bresson, aunque luego ha habido muchos más, cuando iba por la calle haciendo fotos tenía un punto de intuición: saber decir “éste es el momento”, “ésta es la foto”, después de haber hecho 200 antes. Y sobre todo, también es un don. No es una cosa de estudio o de que estés desarrollando una abstracción. Ese ojo fotográfico que tienen algunos no lo tenemos los demás. ¿Cuál es la explicación? Son artistas.

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| Foto: Vicente A. Jiménez

-Tendrán su formación, su cultura, pero al final llegan más allá y eso les diferencia. ¿Cuál es tu último descubrimiento?

-Hay un fotógrafo valenciano que todavía no es muy conocido pero que en Railowsky y en otros sitios ya ha tenido exposiciones monográficas, Pablo Fuentes. Hace un trabajo fantástico de fotografía de calle; fotos de gente que va andando a las que él aplica esa intuición de artista. El problema es que la fotografía de calle en blanco y negro no está excesivamente de moda.

-También dijiste que con la Llotgeta se busca aglutinar a la fotografía valenciana, ya que la mayoría de fotógrafos se tienen que ir fuera. ¿Crees que eso puede cambiar en el futuro?

-Uno de los objetivos es que aquí se genere un centro fotográfico que sirva de referencia a nivel de todo el Estado y que sean los fotógrafos de fuera los que tengan que venir aquí para mostrar su obra.

-Eso suena muy ambicioso…

-Sí, pero hay que ser ambiciosos. En el caso de los que trabajamos en la cultura, sobre todo por una cuestión de salud propia, porque no tenemos otro incentivo que crear grandes historias e intentar materializarlas. Pienso que, con tiempo, es posible. Quizá el principal problema que tengo es que dependo demasiado del mundo comercial. Tengo que vender todos los días una cantidad de libros y fotografías para poder sobrevivir. Pero mi sueño es llegar a la jubilación y poder dedicarme cien por cien a la Fundación Railowsky.

(Recuerden: más en la edición de la revista Economía 3 de octubre).

 

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Un Comentario

  1. miguel david
    Oct 01, 2019 @ 10:11:36

    Una entrevista sugerente e interesante.

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