La incapacidad del teatro valenciano

La incapacidad del teatro valenciano

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Para realizar un análisis del teatro valenciano de las últimas décadas, habría que trazar una línea difusa entre el final de la dictadura franquista y la transición, para llegar al tiempo presente. La implantación de la democracia supuso el descubrimiento de un país olvidado para la cultura por las instituciones. Un panorama yermo, propicio para un gran desarrollo de teatros sufragados por el erario público. Fue como la repetición teatral del nuevo mapa de autonomías que reconstruyó la nueva España. Este renacimiento del teatro subvencionado o directamente institucional, vino acompañado por el descalabro del teatro comercial, el que vive duro y a secas de la taquilla.

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El ‘teatro independiente’, que floreció especialmente en Barcelona y Madrid, solo encuentra eco en el mundo universitario valenciano, encabezado por el director Antonio Díaz Zamora. En Valencia capital, se erige como local de expresión para este teatro la sala Valencia Cinema, que acoge a las mejores compañías independientes del país, tales como Els Joglars, Els Comediants, Dagoll Dagom, Tábano y un sinfín de grupos cuya vida solo arraigó en algunos casos.

En Valencia se abren dos frentes de teatro público: el Teatro Principal y la Sala Escalante (más tarde dedicada al teatro infantil), dependientes de la Diputación. El Teatro Principal se convierte en sala de contratación de compañías de toda España y el extranjero. Es un teatro de exhibición, no de producción. En este sentido, la gran apuesta del teatro público era la creación del Centre Dramàtic de la Generalitat, impulsado por el conseller Ciprià Císcar, cuya inauguración, el 8 de marzo de 1988, supuso el estallido del mejor momento teatral contemporáneo en la Comunidad Valenciana, al realizar la transformación del cine Rialto a teatro, en la Plaza del Ayuntamiento, de un edificio Art Decó con varias salas de exhibición: la Rialto y la Moratín, más otra dedicada a la Filmoteca Valenciana, que funda Ricardo Muñoz Suay. También germina el Centre Coreogràfic, la subvención del Teatre Micalet, a la que se unirá más tarde un espacio llamado Moma Teatre, dirigido por Carles Alfaro. Fue de gran vitalidad el Circuit de Teatre, que se extendió como una red de teatro en múltiples ayuntamientos menores.

Se produjo una unificación de la infraestructura teatral valenciana, un gran castillo de fuegos artificiales, que funcionó como gran explosión, pero no logró crear en la Comunitat una estructura de base sostenible. Tampoco las salas experimentales, como el Teatro de los Manantiales, llegan a la profesionalización. La última aportación fue el Teatro Musical, del Ayuntamiento de Valencia.

La explicación de cómo cayó y se transformó todo este andamiaje se encuentra en la propia personalidad política que lo sustentaba. Los cambios en la directriz de los organismos públicos decapitaban y recambiaban a los directivos de los teatros, sin dejarles llevar adelante sus proyectos. Los conflictos y caprichos se multiplican. Consellers entrantes y salientes. Directores generales depuestos y recién nombrados.

Los llamados Teatres de la Generalitat no logran mantener su fuerza y unidad, ni cohesionar a la profesión. La política se encarga de frustrar la realidad que había creado, y nuestros profesionales se ven en la obligación de emigrar a Madrid y Barcelona.

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