La reforma fiscal nos vale para empezar, pero sigue pendiente lo fundamental

La reforma fiscal nos vale para empezar, pero sigue pendiente lo fundamental

 

Como cualquier iniciativa legislativa que se precie, el anteproyecto de reforma fiscal aprobado por el Gobierno, tan solo ha reclutado defensores entre sus afines, pero no menos cierto es que tampoco son legión los detractores, más allá de los voceros de la oposición.  Ante esta realidad, hay que concluir que Cristóbal Montoro ha presentado la reforma que podía presentar en estos momentos, sin defraudar excesivamente a sus votantes, ni poner en excesivo riesgo el objetivo de estabilidad presupuestaria exigida por la Comisión Europea.

La supuesta cuadratura del círculo que denuncian quienes consideran incompatible una rebaja impositiva con la reducción del déficit público, no es tal cuando analizamos la reforma planteada. A partir del próximo mes de enero vamos a notar claramente dos cosas en materia de IRPF: a bastantes contribuyentes de rentas medias y bajas se les reduce el tipo impositivo (y por lo tanto, la retención fiscal que se practica todos los meses en su nómina), y a la inmensa mayoría de autónomos y profesionales se les reduce también la retención a cuenta en las facturas que tengan que emitir.

El efecto de ambas medidas es el mismo: la gran mayoría de la población va a tener más dinero para gastar, y después de seis años apretándonos el cinturón hasta decir basta, lo normal es que el consumo interno empiece a reaccionar de verdad. Y ahí es donde viene la cuadratura del círculo, porque la imposición indirecta (el IVA y los impuestos especiales), si bien es cierto que no se ha subido como proponía la Comisión Lagares, tampoco se ha bajado. Y si el consumo se anima con un tipo general de IVA al 21%, no hace falta ser muy listo para saber qué va a pasarle a la recaudación tributaria.

A esto es a lo que me refería antes cuando decía que esta no es la reforma tributaria que esperaban los forofos del liberalismo, ni tampoco, desde luego, la que hubiese propuesto un partido socialdemócrata. Probablemente, es la menos mala de las reformas fiscales posibles, dadas las holguras que ofrecen las cuentas públicas españolas.

Sobre el modelo tributario de las opciones políticas que votaron bastantes conciudadanos el pasado mes de mayo, pero que no se encuadran en ninguna de las dos grandes familias ideológicas que han construido en las últimas décadas eso que llamamos Unión Europea, reconozco y declaro mi ignorancia. ¿Alguien conoce los tramos de la escala de tipos que propugna UPyD para el IRPF?, ¿tienen información sobre la propuesta de tipos de IVA que defiende Compromís?, ¿saben cuál es la propuesta en materia de Impuesto de Sociedades de Podemos? Pues eso. Vamos a lo que vamos.

En cualquier caso, la principal censura que cabe hacer a esta reforma, desde la doble óptica de economía de empresa y Comunidad Valenciana, no se sitúa en si se ha reducido o no la carga tributaria.

EMPLEO Y FINANCIACIÓN

Si es cierto, como dicen todos los responsables políticos, que la principal tragedia de España sigue siendo el desempleo, ¿a qué esperamos para empezar a reducir los “impuestos” que gravan la contratación laboral? Esto es, las cuotas empresariales a la Seguridad Social. Lo que necesitan las empresas para crear más empleo no son más modalidades de contratos, sino menos coste de Seguridad Social.

Decir que eso no se ha tocado porque ese no era el objetivo de la reforma, es una obviedad además de una forma bastante simple de escurrir el bulto. Si no se ha abordado este tema es porque ahí ‘tocamos hueso’ y porque el Gobierno, al igual que la oposición, están ya en clave electoral (el año próximo, autonómicas y municipales; en 2016, generales), y ya se sabe que, cuando huele a urnas, tan solo se legisla sobre lo que es fácilmente ‘digerible’.

Y lo mismo podemos decir -también ‘tocamos hueso’-, cuando vamos a la otra losa que lastra el despegue de la economía de esta Comunidad: el sistema de financiación autonómico.

Un sistema de financiación que -unido a graves errores del pasado, todo hay que decirlo-, ha llevado a la Generalitat Valenciana a una situación de quiebra efectiva, de la que no podrá salir en tanto el sistema persista. Está dicho por activa y pasiva: el problema financiero de esta Comunidad no es de exceso de gasto, sino de carencia de ingresos. Y esto lo saben en el Ministerio de Hacienda. porque se les ha demostrado con números. Pero es igual.

Cuando se trata del armazón del sistema, los números pasan a ser accesorios ante las prioridades políticas. Y con unas elecciones generales a dos años vista, la prioridad del Gobierno (y estamos seguros que tampoco el PSOE va a buscar un debate a fondo sobre la cuestión), desde luego no pasa por abrir el melón del sistema de financiación autonómico. ¿Por qué? Porque en la próxima reforma del sistema de financiación autonómico, por vez primera en la historia de España, unos saldrán perdiendo a costa de lo que ganarán otros.

Nuestra tragedia como comunidad autónoma es que todas las reformas que a lo largo de la democracia se han hecho en el sistema de financiación, siempre han coincidido con momentos en los que las cuentas públicas disponían de más recursos y se podía dar más a quien más pedía o necesitaba. Nunca se ha reformado el sistema quitando a una comunidad para dárselo a otra. Pero los tiempos de abundancia presupuestaria pasaron a la historia. Por eso la reforma no se abordará hasta después de 2016.

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